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mayo 2018

¿La cabeza o la totalidad del cuerpo?

Desde los comienzos de los estudios sobre el dibujo infantil se ha mantenido un amplio debate acerca del significado de la forma circular con la que el niño inicia su muñeco renacuajo. Algunos autores han creído ver en esta forma la representación exclusiva de la cabeza (en especial el rostro) considerando que el niño omite el tronco por considerar que aquella es la parte más significativa y con la que el niño establece, desde el principio, sus contactos sociales. K. Buhler considera que la visión frontal del rostro es la forma fundamental de la imagen humana y Florence Halpern señala: “Debido a la importancia que posee la cara en la vida del niño (…) no es extraño que los dibujos infantiles más precoces se concentren en la cabeza, la cara y en unas pocas cosas más” (en Hammer, E.F., 1969, pág. 83).

Otros autores (R. Arnheim, M-Dworetzki, Gridley, etc.) consideran que se trata de una forma global que representa al hombre entero, tesis con la que estoy enteramente de acuerdo siempre que, como ya he señalado, tengamos presente que, inicialmente, el círculo ni se inspira ni representa parte alguna del cuerpo, sino el Yo en su concepción más amplia y general.

El gracioso personaje de la fig. 1, parece dejar bien sentado que el óvalo global representa todo el cuerpo como ocurre también en los siete renacuajos de la fig. 3. La fig. 2 es un interesante dibujo realizado por un niño de 4,01 en el que conviven dos personajes estructuralmente bien diferentes. El primero (a) muestra cómo la forma circular se alarga con la clara intención de representar la totalidad del cuerpo y cómo la boca aparece en su parte inferior insinuando la separación de la zona del tronco. El segundo (b) muestra la cabeza y el tronco bien diferenciados, reafirmando con ello la integridad corporal del primero.

Fig 1. Cristina S. 3,08

Fig. 2. Eduardo. 4,01

Fig. 3 Luis 3,05. Grupo de renacuajos en
los que la forma circular se alarga para representar la totalidad del cuerpo.

Pero no siempre domina la gran redonda inicial. En ocasiones las piernas se alargan desmedidamente dando lugar a un tipo de personaje muy estilizado en el que domina la verticalidad, el atributo perceptualmente más relevante de la figura humana . He encontrado casos, mucho antes de la aparición del renacuajo, en los que un simple trazado vertical es interpretado por el niño como un hombre, un señor o un papá; pero, curiosamente, nunca como “un niño”, privilegio que, de acuerdo con mis investigaciones, parece reservado a la forma circular por ser, precisamente, la forma del YO primigenio.
El tronco aparece más tarde de formas muy diversas. Ya hemos visto cómo, con frecuencia, la forma circular se alarga formando un óvalo al tiempo que las facciones se desplazan a la parte superior insinuando la presencia de la cabeza y del abdomen en una sola unidad (fig. 3) y, otras veces, un trazado transversal, que puede hacer las veces de boca, divide el óvalo alargado quedando así insinuado el tronco (fig. 2a).
En ocasiones, el niño enfatiza la conciencia del tronco con unos trazados o pequeñas manchas que pueden representar la comida dentro del abdomen transparente; son indicadores hápticos que evidencian, antes la presencia de «la tripa» y su función digestiva, que el «tronco» como forma. Con frecuencia unos trazados de relleno situados dentro del óvalo alargado o de las piernas, pueden señalar tanto la presencia del tronco como alguna prenda de vestir.

Antonio Machón

¿A quién representa el niño en su dibujo?

¿Es el propio niño el motivo primordial de su representación? ¿Puede considerarse el renacuajo como una autorrepresentación? ¿A quién representa el niño en sus dibujos?
Fue el neurólogo austriaco-americano Ferdinand Schilder quien, en 1935, al tiempo que brindó las bases psicológicas y psicoanalíticas de la “imagen corporal” como autoconcepto de la persona, planteó la tesis de la proyección de imagen del propio cuerpo en el dibujo.
Karen Machover señaló en 1949, que cuando se pide a un individuo que dibuje a una persona, dado que las imágenes externas son demasiado variables en sus atributos corporales, este se ve forzado a abrevar en otras fuentes internas, produciéndose la identificación por medio de la proyección y la introyección: «…el Yo es el punto de partida más íntimo en cualquier actividad» , señala esta autora.
De todas estas teorías surgieron los test proyectivos gráficos de personalidad profusamente aplicados a partir de la segunda guerra mundial, aportando una nueva orientación que puede dar respuesta a nuestra pregunta.
E. Münsterbg en su “test de dibujo de la Figura Humana” solicita del niño el dibujo de “una persona” en la creencia de que esta consigna induce al sujeto a “mirar dentro de sí mismo” lo que, según sus palabras, convierte al dibujo en “un retrato de su ser interior”.

Fig. 1. Sara N. 3,11. «Mi prima Eva»

Mi experiencia me indica que el niño, cuando dibuja espontáneamente a un ser humano puede, tal como lo manifiesta en sus relatos, dibujarse a sí mismo, o a cualquier persona de su entorno (al hermanito, a la mamá, al papá, a la prima etc. fig.1). Sin embargo, dado que es imposible verificar si el niño se retrata inconscientemente a «sí mismo», la pregunta no debe ser ¿a quién dibuja? «, sino ¿de donde extrae la información para realizar su dibujo? ¿donde se inspira?
Sin duda la respuesta a esta interesante pregunta nos la ofrece Juliette. Boutonier cuando dice:

«en el mismo niño. (.. ) porque su proyecto, su intuición gráfica es, en primer término, una expresión de su ser. Lo que sabe o lo que siente del ser humano es, en primer lugar, él mismo. Y esto es verdad aun cuando afirma que escoge un modelo que no es él» (El dibujo del niño normal y anormal, Buenos Aires. Paidós 1968, pág 25).

La autora plantea a continuación una observación que, si bien no tiene ningún carácter científico y escapa a toda verificación, expresa una sensación que personalmente he experimentado en múltiples ocasiones al contemplar los primeros dibujos humanos. Me estoy refiriendo a la identidad psicológica – y hasta física- que en ocasiones observo entre el «renacuajo» y su pequeño autor. En este sentido sigue diciendo Boutonier: “muchos trabajos prueban la relación existente entre el niño y el «hombrecito» que dibuja (…) en su dibujo de un ser humano el niño se proyecta a sí mismo y expresa la manera en que se siente vivir o, si osamos arriesgar una expresión más audaz, la manera en que se vive a sí mismo» ( Op. Cit. pág. 26).

Fig. 2 . Pachi, Toñín y María , tres niños de poco más de 3 años, muestran en estos simpáticos renacuajos su personalidad y su carácter

En los tres graciosos personajes de la fig. 2 resulta sorprendente observar la identidad de cada uno, su personalidad y su carácter que, sin la menor duda, reflejan las de sus pequeños autores. Pachi parece mostrar un gesto irónico y malicioso, mientras Toñin, más indefenso, parece tierno y conciliador. María, muy suya, parece ensimismada y poco fiable. Simples comentarios para enfatizar los notables parecidos de estos curiosos personajes con sus pequeños autores.

Antonio Machón

La ratita presumida. Una constatación determinante

En una de mis visitas a una escuela de párvulos allá por los años 70, propuse a los niños la escenificación del famoso cuento de “La ratita presumida”.

Mª Ángeles, una niña de 3,04 (Fig. 1) asumió el papel protagonista junto a los otros niños que representaron a los animales que le piden matrimonio: “ Ratita, ratita, ¿te quieres casar conmigo?, le preguntan uno a uno el grupo de pretendientes.

Fig. 2 Mª. Ángeles B. La niña protagonista

Tras la dramatización del cuento propuse a los niños dibujar la escena vivida por ellos. Mª Ángeles realizó el dibujo de la fig. 2 que explicó de este modo: “ Esta -apuntando a la gran figura del centro – es la ratita y éste señalando a la imagen solar de la derecha- es un niño”. Como puede observarse, la “Ratita”, es una niña cargada de detalles, verdaderos atributos de feminidad: los ojos con sus cejas y pestañas, la
nariz, la boca, los cabellos y dos largas coletas rematadas con dos grandes lazos. Las orejas aparecen adornadas con pendientes y una falda tableada, vestido de moda por aquellos años, completa el atuendo de la sofisticada dama. Un automóvil espera aparcado el desenlace de la escena. Y todo ello en visible desigualdad de trato respecto del pretendiente, el niño de la derecha que aparece reducido a la imagen solar en la que apenas se adivinan sus facciones.
Tras recibir mi natural aprobación, dando la vuelta al papel, la niña dibujó de nuevo la misma escena (fig.3).

Fig. 2 Mª. Ángeles B, de 3,04, interpreta en su dibujo el cuento de “ La ratita presumida”, que aparece cargada de atributos femeninos y el “niño” que aparece a su derecha, reducido a la imagen solar.

Fig. 3 Mª. Ángeles B. 3,04. Segunda interpretación del cuento realizada unos minutos después del dibujo anterior. Obsérvese la devaluación que ha sufrido la imagen de la “ratita” tras unos minutos de intervalo entre ambos dibujos. Los ocho niños que la rodean son interpretados como “soles” unos días más tarde.

En este segundo dibujo la niña aparece rodeada de todos sus pretendientes y, debido sin duda a la pérdida de la fuerza motivadora original, desposeída de gran parte de los atributos femeninos que la adornaron en el primer dibujo.

Pasados unos días volví a aquella escuela y mostré a la niña este segundo dibujo que me explicó de este modo: “Ésta es la ratita y éstos, éstos son muchos soles”.

Vemos en este determinante ejemplo, como bastó un corto espacio de tiempo para que, debilitada ya la experiencia que motivó el dibujo, las imágenes que representaron a los niños días antes, fueran interpretadas como “soles”, unos días después, lo que viene a demostrar cómo los niños pequeños (entre 3 y 4 años) , de acuerdo con la convención adulta, llaman soles a los “Yoes” que nacen espontáneos en su dibujo.

Antonio Machón

La enigmática imagen del sol del dibujo infantil

Entre todas las imágenes celulares merece especial atención la configuración solar, que, siguiendo el modelo semántico adulto, el niño etiqueta con el nombre de “sol” y que tras exaustivas repeticiones (fig.1) acaba convirtiéndose en un estereotipo gráfico que sobrevive al propio individuo.
Casi todos los autores justifican su recurrencia en el dibujo, en el atractivo que, tanto desde el punto de vista perceptivo como ejecutivo, tiene esta configuración para el niño. Desde el punto de vista formal se trata de una imagen fácilmente procesable ya que su configuración radial reúne las cualidades perceptualmente mejor asimilables: su equidistancia, su simetría, su seriación etc.etc., razones que, de igual modo, facilitan su realización que resulta placentera para el niño.
Es fácil comprobar el placer con que los niños trazan los rayos del sol. Sin embargo, su recurrencia y obstinada pervivencia a lo largo del desarrollo, no pueden justificarse sólo en razones de orden perceptual ni en las derivadas de su fácil y placentera ejecución. Sin duda, existen otras razones de mayor peso que, sumadas a aquellas, justifican tal perseverancia. En primer lugar sabemos que no existe ninguna relación entre el nombre que el niño otorga a esta configuración y la intención que le mueve a realizarla.

Fig. 1 Noemí S .Página llena de configuraciones solares de una niña deficiente de 5,06 años.

El niño de estas edades tiene a su alcance libros y cuentos en cuyas ilustraciones aparece con frecuencia una imagen idéntica a la suya a la que los adultos dan el nombre de “sol”. Reconoce en esos “soles”, no sólo una imagen propia, lo que le proporciona alegría y seguridad al tiempo que estimula su realización, sino que, y en esto radica su verdadera transcendencia, reconoce la imagen inconsciente de su Yo, latente en su propia y original configuración celular.
En consecuencia, el niño, cuyos “soles” nada tienen que ver con los soles adultos aunque en el plano inconsciente para ambos signifique lo mismo, se apropia de su modelo semántico otorgándole, desde ahora, el nombre de «sol».
En ocasiones los soles de los libros y cuentos aparecen humanizados lo que, sin duda, constituye una imagen aún más poderosa a los ojos del niño, que anticipa y evidencia y, en cierta medida provoca, el desenlace final del proceso representativo.
Podríamos preguntarnos: ¿de dónde proviene esta tendencia adulta a humanizar el sol? (fig.2) ¿No es acaso una emanación del interior que, como

Fig. 2 Palacio del Sol de Cáceres

pescadilla que se muerde la cola, nos remite al niño que llevamos dentro y cuyo origen, sedimentado en el abismo de nuestro inconsciente, es ese Yo primigenio que preside la evolución y aparece en los primeros dibujos de los niños?
Si a todas estas circunstancias sumamos aquellas que otorgan al sol-astro el privilegio de ser el centro de nuestro universo galáctico, la fuente de la luz, el calor y la energía, el símbolo natural por excelencia de la redondez, cuando, presidiendo sus escenas y paisajes, represente el niño al sol-astro, se consumará el ciclo que ahora describo y lo veremos, con su presencia soberana, brillar aún con más fuerza afirmando en él el profundo sentimiento de la vida y la energía que le dio el origen.
Resumiendo lo dicho, me atrevo a afirmar que los “soles” infantiles de esta etapa no son otra cosa que la representación inconsciente del sí mismo, de un Yo psico-biológico a medio camino entre el símbolo de la individualidad implícito en la forma circular y el primer Ideograma humano, del Yo psico-bio-físico que representa la figura del renacuajo que aparecerá enseguida.

Antonio Machón