La enigmática imagen del sol del dibujo infantil

Entre todas las imágenes celulares merece especial atención la configuración solar, que, siguiendo el modelo semántico adulto, el niño etiqueta con el nombre de “sol” y que tras exaustivas repeticiones (fig.1) acaba convirtiéndose en un estereotipo gráfico que sobrevive al propio individuo.
Casi todos los autores justifican su recurrencia en el dibujo, en el atractivo que, tanto desde el punto de vista perceptivo como ejecutivo, tiene esta configuración para el niño. Desde el punto de vista formal se trata de una imagen fácilmente procesable ya que su configuración radial reúne las cualidades perceptualmente mejor asimilables: su equidistancia, su simetría, su seriación etc.etc., razones que, de igual modo, facilitan su realización que resulta placentera para el niño.
Es fácil comprobar el placer con que los niños trazan los rayos del sol. Sin embargo, su recurrencia y obstinada pervivencia a lo largo del desarrollo, no pueden justificarse sólo en razones de orden perceptual ni en las derivadas de su fácil y placentera ejecución. Sin duda, existen otras razones de mayor peso que, sumadas a aquellas, justifican tal perseverancia. En primer lugar sabemos que no existe ninguna relación entre el nombre que el niño otorga a esta configuración y la intención que le mueve a realizarla.

Fig. 1 Noemí S .Página llena de configuraciones solares de una niña deficiente de 5,06 años.

El niño de estas edades tiene a su alcance libros y cuentos en cuyas ilustraciones aparece con frecuencia una imagen idéntica a la suya a la que los adultos dan el nombre de “sol”. Reconoce en esos “soles”, no sólo una imagen propia, lo que le proporciona alegría y seguridad al tiempo que estimula su realización, sino que, y en esto radica su verdadera transcendencia, reconoce la imagen inconsciente de su Yo, latente en su propia y original configuración celular.
En consecuencia, el niño, cuyos “soles” nada tienen que ver con los soles adultos aunque en el plano inconsciente para ambos signifique lo mismo, se apropia de su modelo semántico otorgándole, desde ahora, el nombre de «sol».
En ocasiones los soles de los libros y cuentos aparecen humanizados lo que, sin duda, constituye una imagen aún más poderosa a los ojos del niño, que anticipa y evidencia y, en cierta medida provoca, el desenlace final del proceso representativo.
Podríamos preguntarnos: ¿de dónde proviene esta tendencia adulta a humanizar el sol? (fig.2) ¿No es acaso una emanación del interior que, como

Fig. 2 Palacio del Sol de Cáceres

pescadilla que se muerde la cola, nos remite al niño que llevamos dentro y cuyo origen, sedimentado en el abismo de nuestro inconsciente, es ese Yo primigenio que preside la evolución y aparece en los primeros dibujos de los niños?
Si a todas estas circunstancias sumamos aquellas que otorgan al sol-astro el privilegio de ser el centro de nuestro universo galáctico, la fuente de la luz, el calor y la energía, el símbolo natural por excelencia de la redondez, cuando, presidiendo sus escenas y paisajes, represente el niño al sol-astro, se consumará el ciclo que ahora describo y lo veremos, con su presencia soberana, brillar aún con más fuerza afirmando en él el profundo sentimiento de la vida y la energía que le dio el origen.
Resumiendo lo dicho, me atrevo a afirmar que los “soles” infantiles de esta etapa no son otra cosa que la representación inconsciente del sí mismo, de un Yo psico-biológico a medio camino entre el símbolo de la individualidad implícito en la forma circular y el primer Ideograma humano, del Yo psico-bio-físico que representa la figura del renacuajo que aparecerá enseguida.

Antonio Machón