La ratita presumida. Una constatación determinante

En una de mis visitas a una escuela de párvulos allá por los años 70, propuse a los niños la escenificación del famoso cuento de “La ratita presumida”.

Mª Ángeles, una niña de 3,04 (Fig. 1) asumió el papel protagonista junto a los otros niños que representaron a los animales que le piden matrimonio: “ Ratita, ratita, ¿te quieres casar conmigo?, le preguntan uno a uno el grupo de pretendientes.

Fig. 2 Mª. Ángeles B. La niña protagonista

Tras la dramatización del cuento propuse a los niños dibujar la escena vivida por ellos. Mª Ángeles realizó el dibujo de la fig. 2 que explicó de este modo: “ Esta -apuntando a la gran figura del centro – es la ratita y éste señalando a la imagen solar de la derecha- es un niño”. Como puede observarse, la “Ratita”, es una niña cargada de detalles, verdaderos atributos de feminidad: los ojos con sus cejas y pestañas, la
nariz, la boca, los cabellos y dos largas coletas rematadas con dos grandes lazos. Las orejas aparecen adornadas con pendientes y una falda tableada, vestido de moda por aquellos años, completa el atuendo de la sofisticada dama. Un automóvil espera aparcado el desenlace de la escena. Y todo ello en visible desigualdad de trato respecto del pretendiente, el niño de la derecha que aparece reducido a la imagen solar en la que apenas se adivinan sus facciones.
Tras recibir mi natural aprobación, dando la vuelta al papel, la niña dibujó de nuevo la misma escena (fig.3).

Fig. 2 Mª. Ángeles B, de 3,04, interpreta en su dibujo el cuento de “ La ratita presumida”, que aparece cargada de atributos femeninos y el “niño” que aparece a su derecha, reducido a la imagen solar.

Fig. 3 Mª. Ángeles B. 3,04. Segunda interpretación del cuento realizada unos minutos después del dibujo anterior. Obsérvese la devaluación que ha sufrido la imagen de la “ratita” tras unos minutos de intervalo entre ambos dibujos. Los ocho niños que la rodean son interpretados como “soles” unos días más tarde.

En este segundo dibujo la niña aparece rodeada de todos sus pretendientes y, debido sin duda a la pérdida de la fuerza motivadora original, desposeída de gran parte de los atributos femeninos que la adornaron en el primer dibujo.

Pasados unos días volví a aquella escuela y mostré a la niña este segundo dibujo que me explicó de este modo: “Ésta es la ratita y éstos, éstos son muchos soles”.

Vemos en este determinante ejemplo, como bastó un corto espacio de tiempo para que, debilitada ya la experiencia que motivó el dibujo, las imágenes que representaron a los niños días antes, fueran interpretadas como “soles”, unos días después, lo que viene a demostrar cómo los niños pequeños (entre 3 y 4 años) , de acuerdo con la convención adulta, llaman soles a los “Yoes” que nacen espontáneos en su dibujo.

Antonio Machón